viernes, 8 de enero de 2016

2016: por un periodismo libre

    Este 7 de enero de hace un año, asesinos de Al Qaeda acribillaron a balazos a doce personas -ocho periodistas- en el ataque contra el semanario francés Charlie Hebdo. En 2015, dos tercios de los periodistas asesinados en el mundo perdieron la vida en países que no se encuentran en conflicto: Reporteros sin Fronteras calcula que al menos 67 lo fueron solo por ejercer la profesión y otros 43 por motivos que están aún pendientes de esclarecerse. En Irak y Siria han muerto 21 reporteros que trataron de contar el caos de Oriente Medio: solo en la iraquí Mosul, el Daesh ha secuestrado a medio centenar de informadores y ejecutado a 13.
    Los periodistas hemos de reflejar con toda veracidad el mundo, siguiendo unos principios morales, la rebotica de los núcleos de poder y ambientes delictivos, la secuela de la corrupción y, a la vez, mostrar el enfado de la mayoría: el último informe de Oxfam indica que un 1% de la población mundial ya acumula más riqueza que el 99% restante. Y a pesar de todo, la del periodista es una profesión de innato gracejo, de alegría de vivir, y un modo peculiar e incomparable de ver la vida, sazonado con la sal del diálogo cazado al vuelo y el apunte hecho en una taberna o las escaleras del Congreso.
    Si el político se hace necesariamente pequeñoburgués, de las dinastías turbias a los Soprano, el periodista se hace clandestino inocente. Algunos, a nuestros cuarenta, no hemos conseguido acendrarnos con la letanía de lo convencional y lo políticamente correcto. Preferimos seguir perdidos entre el posibilismo de la columna de opinión, el micrófono de la radio o la docencia universitaria de estos quehaceres, trabajos y días.
    Un periodista es un proyecto de escritor que fracasa en lo personal todos los días para volver a empezar, que a veces lo es todo y, la mayor parte del tiempo, nada. Nadie. Un periodista es un comienzo de nuevo por el principio, una vida de paria con sentimiento crítico y la posibilidad de un amor. Y cuando este se acaba, toda la vida se nos queda como desestructurada y vacilante, sujeta del fino trazo de un bolígrafo que pinta cuando quiere, no cuando hace falta.